Desde pequeño Jack sabía que era diferente. Con el tiempo aprendió a aceptarlo, sobre todo gracias a su tío Tarken quien le decía que todo lo que sufriera ahora cuando se sentía una persona extraña y ajena a los demás niños, tendría su compensación cuando se hiciera un hombre. Así pues pronto se ganó Jack una fama de taciturno y reservado. Contemplaba muchas veces a los demás chicos jugando entre ellos con caras sonrientes, relajadas y se decía interiormente que eso no era para él, aunque tenía ganas de unirse a ellos y disfrutar sencillamente como uno más.
Resultaba imposible desde que era pequeño. Contaba por entonces con tan solo siete años, y era ya un crío bastante inquieto, aunque nada especial dentro de la diminuta y aburrida aldea de Vadoverde, al sur del Gran Bosque, un pueblecito olvidado de la mano de Orión, como solía decir su tío. Sonreía con cierto alivio al decirlo, como si le tranquilizara saber que nadie repararía en una villa tan alejada del mundo y de las grandes ciudades.
Su tío Tarken le había despertado poco antes de que saliera el sol. Esbozaba una sonrisa traviesa y su único ojo brillaba con anticipado deleite. Le había incorporado en la cama susurrándole en voz baja, como si temiera que alguien le escuchara:
- Cuando te levantes quiero que me acompañes. Tengo que enseñarte una cosa.
No había añadido nada más.
Jack se revolvió inquieto imaginando cualquier tipo de regalo, pues justo aquel día cumplía siete años. Levantándose más temprano que nunca se dirigió hacia la cocina, el lugar donde su tío le solía contar cuentos de tiempos pasados, de héroes y monstruos mitológicos. Pero aquel día no tenía pensado hablarle nada de eso. Su tío estaba sentado en una de las dos sillas, completamente vestido, y con una capa enorme de color marrón que le cubría la espalda por completo.
- Tendrás que vestirte, pequeño. Vamos a dar un paseo -le dijo sin que aquella sonrisa divertida le hubiera abandonado.
- ¿Adónde vamos, tío? -preguntó con el ceño fruncido. Prefería que le diera el regalo cuanto antes.
- Hoy iremos al bosque -contestó, añadiendo al ver su cara palidecer-. Tranquilo que apenas nos internaremos en él. No será peligroso, pero solo allí puedo enseñarte lo que quiero que veas.
Más intrigado que nunca, Jack se dio prisa en vestirse y al rato estaba preparado. Salieron en silencio de la casa. Una fina niebla invadía el ambiente y el suelo aparecía mojado pues había llovido durante la noche. No se veía a nadie por las calles a esas horas de la mañana, lo cual pareció complacer aún más a su tío. Fuera lo que fuese lo que le quería mostrar, estaba claro que cuanta menos gente los viese mejor.
El Gran Bosque estaba literalmente pegado al pequeño pueblo de Vadoverde, por lo que no tuvieron que andar durante mucho rato antes de internarse en él. Pese a vivir a menos de un kilómetro, Jack ni ningún otro niño que él conociese de Vadoverde se había internado nunca en el bosque. Tenía mala fama para todos, y Jack no olvidaba las historias que oía contar muchas noches al alcalde Otis en la taberna del Roble Solitario sobre los duendes y las hadas que habitaban en él.
Pese a sus temores, apenas se internaron unos cientos de metros entre la maraña de viejos árboles que les recibió aquella lluviosa mañana. Al poco rato llegaron a un claro y su tío se detuvo bruscamente. Girándose le cogió por los hombros, mirándole fijamente.
- Jack, hoy cumples siete años y ya no te considero un niño -dijo con voz suave-. Lo que voy a enseñarte ahora no debes decírselo a nadie. Ni a tus amigos, ni al alcalde ni a nadie, ¿me has oído? -le zarandeó un poco para dar mayor énfasis a sus palabras-, si lo haces habrás traicionado mi confianza y nunca más volveré a creer en ti ¿de acuerdo?
Eran palabras inesperadas para un niño que acababa de cumplir siete años. Su tío jamás le había hablado de esa forma. Jack no se imaginaba que podría ser tan importante como para que le amenazase con no volver a confiar en él en su vida.
- Te lo prometo, tío -atinó a decir con un nudo en la garganta.
- Bien, pequeño. Estoy seguro de que tú no me decepcionarás -asintió con la cabeza como tratando de autoconvencerse de que Jack no le fallaría.
Lentamente, como si quisiera hacer hincapié en la solemnidad de ese momento, su tío Tarken se echó una mano a la espalda, y tras asir algo que guardaba debajo de la capa, sacó un objeto de enorme tamaño. Se trataba de una espada pero no parecía como las demás. Contaba con una extraña empuñadura bellamente tallada, un filo hecho de algún extraño material que brillaba débilmente con un tenue tono azulado. Jack no había visto nada igual en toda su vida.
- Te presento a Colmillo -dijo su tío henchido de orgullo. Se podía advertir una especie de tono reverente en su voz.
- ¿Qué es esto, tío? No he visto nada así nunc... ¡ay! -Jack retiró la mano asustado mirándose la palma en la que había una fina línea roja ¡Era sangre! Había apenas posado la mano en el filo y se había cortado.
Tarken soltó una leve risa, pero al instante miró de nuevo a su sobrino con una seriedad que Jack jamás le había visto.
- Has de tener cuidado, pequeño -advirtió con semblante adusto- Ésta es una espada peligrosa, está hecha toda de hierro.
Instintivamente Jack retrocedió unos pasos con los ojos abiertos por el miedo al oír nombrar la palabra maldita. Miró a su alrededor temiendo que alguien hubiese oído a su tío cometiendo semejante sacrilegio, pero estaban solos en el claro del bosque.
- ¿Estás asustado, Jack? -le preguntó con tono benévolo su tío. Se acercó a él y le puso una mano sobre el hombro-. Debes confiar en mí, pequeño. El hierro no es un objeto de la Oscuridad como te han hecho creer.
- Pero…, el alcalde Otis siempre lo menciona en su sermón matutino como el arma del diablo -contestó tembloroso el niño, aunque algo más tranquilo gracias al gesto amable de su tío-. A los demás niños se les prohíbe hablar de él. ¡Tú mismo me dijiste que ni se me ocurriera mencionarlo delante de otros!
Tarken asintió.
- Así es, Jack, y así debes seguir actuando ante los demás para mantener las apariencias. Será nuestro pequeño secreto -le confió Tarken-, pero entre nosotros debes saber la verdad. El hierro puede ser muy útil, gracias a él podemos fabricar armas con las que defendernos de aquellos que nos quieren mal, pequeño. Sin embargo -aquí su tono se hizo más grave, recalcando la importancia de lo que le estaba contando-, también has aprendido una lección hoy, y es que las armas hechas de hierro deben tratarse sabiamente, pues son peligrosas y podemos hacernos daño con ellas, como acabas de comprobar en ti mismo -terminó cogiéndole con sumo cuidado la palma de la mano herida.
Aún confuso, sólo el amor que sentía por su tío despejó sus dudas. En una vida marcada por el conocimiento de que el hierro era el material del diablo, tan solo su tío conseguiría convencerle de lo contrario.
- ¿Y por qué me cuentas todo esto? -inquirió en voz baja.
- Porque a partir de hoy comenzaremos tu entrenamiento como espadachín. Comenzaremos practicando con espadas de madera para que no te lastimes, y ya veremos cuándo puedes blandir a Colmillo -dijo Tarken aliviado de que Jack hubiese aceptado todo sin hacer más preguntas. Todavía era demasiado pequeño para asimilar el resto de la historia-. Hoy comienza una nueva vida para ti, pequeño.
Así fue como Jack comenzó a entrenarse con su tío casi todos los días que Tarken tuviera un rato libre. Nada más despejarse las brumas de la noche abandonaban la casa a hurtadillas, intentando pasar lo más inadvertidos posibles. Su lugar de entrenamiento era el mismo claro donde Tarken le había revelado la verdadera naturaleza del hierro, un sitio donde nadie les buscaría, pues a todos les asustaba internarse en el bosque. Las primeras semanas fueron especialmente duras. Tarken le sometía a un riguroso entrenamiento, indicándole qué giros hacer con su arma de madera, y combatiendo a lo largo del claro durante una hora. Jack terminaba extenuado y lleno de moratones cada jornada, pero apreciaba la habilidad de su tío y poco a poco iba asimilando formas de combate. Tuvieron que pasar cinco meses hasta que Jack consiguió asestarle un golpe entre los cientos que recibía todos los días, pero cuando lo consiguió Tarken estaba tan contento que ese día le regaló varios juguetes, cosa que casi nunca acostumbraba a hacer.
Sin embargo, pese a que la relación con su tío se hacía cada vez más fuerte, aquello tuvo un efecto negativo para Jack. Empezó a convertirse en un chico huraño y los demás le rehuían. Continuaba escuchando los sermones del alcalde sobre la maldad del hierro, que los había conducido a una guerra espantosa hacía ya muchos años. Las casas estaban hechas de piedra y los objetos caseros y la mayoría de los utensilios de madera. Ahora que conocía el aspecto que tenía el hierro, se le hacía más evidente la carencia de éste en el mundo que le rodeaba. Este conocimiento era el que hacía que poco a poco fuese retrayéndose del contacto con los demás. Temía que al estar en contacto con otros chicos de su edad se le escapase algún comentario inoportuno, y no quería cometer un desliz que pudiera acarrearles problemas a él y a su tío, pues las normas eran muy severas: todo aquel que tuviese en su posesión un objeto hecho de hierro sería castigado en el acto.
Jack tenía diez años cuando presenció por primera vez el precio que había que pagar si cometías un error y descubrían que poseías objetos de hierro. Por aquel entonces el joven había dado un considerable estirón, e incluso contaba con una musculatura impropia de su edad debido al riguroso entrenamiento al que se sometía. Su tío no dejaba de hablar en público de lo fuerte que se estaba volviendo su sobrino gracias a lo que le ayudaba trayendo madera del bosque todos los días, con lo que conseguían mantener el engaño.
Tarken tenía un amigo algo más joven que él llamado Caleb. Ambos se reunían algunas veces de forma clandestina para hablar de temas en los que no dejaban participar a Jack. Cuando el joven interrogaba a su tío sobre lo que habían estado hablando éste le contestaba que no era de su incumbencia, aunque una vez le reveló que Caleb formaba parte del mismo círculo en el que se integraba el propio Tarken pero cuya naturaleza y propósito no quedaron claros.
Días más tarde se presentaron en la aldea unos jinetes. Llevaban capas blancas y un gran sol bordado en la pechera de sus atuendos. Casi todos los miembros del pueblo salieron a recibirles precedidos por el alcalde. Jack preguntó a su tío quiénes eran esas personas, pero al no recibir contestación se volvió hacia él y entonces quedó sin habla, pues su tío tenía una expresión como si le hubieran atravesado el corazón con una espada. Había terror en su mirada, y Jack se asustó ya que tenía a su tío por un valiente al que nada ni nadie podían arredrar.
El alcalde preguntó a los caballeros el motivo de su visita con profunda cortesía, pero estos se limitaron a preguntar por un hombre llamado Caleb. El alcalde palideció como si supiese de antemano las implicaciones de que aquellos hombres se interesasen por un parroquiano de su pueblo, pero no atinó más que a balbucear cosas sin sentido.
Lo que sobrevino después tardaría un tiempo en abandonar las pesadillas del joven Jack. De una de las casas salió hecho un poseso el amigo de su tío, Caleb, y en sus manos portaba una espada muy parecida a la de Tarken, aunque de menor bella factura, según advirtió. Con un grito inarticulado se lanzó hacia los jinetes provocando un enorme tumulto, haciendo que los que se habían dado cita aquella mañana en la plaza central del pueblo salieran corriendo en todas direcciones como alma que lleva el diablo.
Los jinetes no parecieron tan sorprendidos como los demás. Eran cinco y todos sacaron de sus monturas unos extraños bastones que relucían con un tono verdoso. Aparentemente eran de madera por lo que Jack se sorprendió cuando uno de ellos detuvo el golpe de espada de Caleb con el bastón sin que éste se quebrase. Poco duró el arrebato de Caleb, pues ellos eran cinco armados con unos bastones tan resistentes como la espada hecha de hierro del propio Caleb, y Jack observó que éste no era tan hábil como su tío con la espada. En poco tiempo redujeron al pobre Caleb, uno de ellos le atinó un golpe del que salieron chispas en la rodilla y Caleb cayó al suelo. Intentó levantarse pero otro le propinó un nuevo bastonazo en la cabeza y Caleb perdió el sentido.
Durante todo este tiempo Jack vio que su tío tenía los nudillos blancos al apretar los puños, que un par de veces su mano derecha se dirigió hacia la capa que cubría su espalda, pero en todos aquellos instantes parecía acordarse de algo al mirar a su sobrino y decidía bajar los brazos.
Por la noche todos los habitantes del Vadoverde se dieron cita en la misma plaza donde había tenido lugar el altercado. Tarken también llevó a Jack, con semblante inflexible le dijo que lo que iba a presenciar era el precio que deberían pagar si alguna vez le decía a alguien que manejaban el hierro.
Jack comprobó con horror que los jinetes habían atado a Caleb en un mástil, y colocado numerosos troncos de madera a su alrededor. Uno de los jinetes portaba una tea en llamas y decía en voz alta:
- ¡Aquí tenéis el resultado de traficar con objetos del maligno! -gritaba con pasión-. Este hombre está acusado de pasar espadas de contrabando a los insurgentes paganos de Kirandia!¡Que Tror se apiade de su alma!
Luego tiró la antorcha sobre la improvisada hoguera, y los gritos de Caleb se clavaron en los oídos de Jack como cuchillos. Los jinetes montaron poco después y se marcharon sin añadir palabra ante la aturdida aldea. Jack les siguió con la mirada durante largo rato, y supo en ese instante que odiaba a esos hombres.
Durante varios días después de lo ocurrido, Tarken le dijo que era mejor que no entrenasen en el bosque hasta que aquel asunto se hubiera olvidado un poco, pero era difícil que ocurriera así porque un suceso tan grave sería la comidilla de los aldeanos durante el resto del año. Así que una noche Jack se sentó con su tío y le dijo a bocajarro:
- ¿Quiénes son los Hijos del Sol? -preguntó al tiempo que su tío hacía una mueca, como si el simple nombre le resultara desagradable.
- ¿Dónde has oído ese nombre?
- El alcalde hablaba de ellos esta mañana en el Roble Solitario. No se habla de otra cosa estos días.
Tarken suspiró con cansancio. Por supuesto no se podía esperar de los parroquianos en la taberna del Roble Solitario que fuesen discretos porque hubiese niños en su presencia, y menos el alcalde Otis, que disfrutaba enormemente cuando podía cotillear sobre chismes ajenos.
- Pequeño, debes entender que los que nos movemos en el mundo del hierro asumimos un grave peligro -repuso al fin Tarken, y su voz se tornó pesarosa cuando empezó a hablar de su compañero muerto en la hoguera-. Caleb lo sabía y pagó cara su osadía, aunque su recuerdo no morirá en vano y nos dará fuerzas a los que continuamos su lucha para salir triunfantes.
- Los Hijos del Sol –continuó- son seguidores del Dios Tror, y cuentan con el beneplácito del Supremo Reino de Angirad para castigar a aquellos a los que sorprendan con objetos de hierro entre sus posesiones. Son implacables y no dudarían en matarnos si supiesen lo que nos traemos entre manos. Es por eso por lo que debes ser muy cuidadoso para no revelar nada de lo que hacemos.
Jack tragó saliva impresionado. Ahora era realmente consciente de lo peligroso de su situación.
Desde ese día se hizo más patente si cabe la separación que mantenía con el resto de chicos de su edad. Empezó a temer el contacto humano pues no quería cometer el más mínimo desliz que le pudiera llevar a terminar en una hoguera como el desdichado Caleb. Sin embargo aquella muerte tuvo también un efecto positivo en él. A partir de ese momento se tomó los entrenamientos como si la vida le fuera en ello. En cierto modo así era. No permitiría que le cogieran como a Caleb. Quería ser fuerte para poder defenderse y algún día defender también su causa sin miedo a los Hijos del Sol.
Tarken contemplaba con aspecto preocupado los cambios que se estaban produciendo en su sobrino. Se pasaban horas entrenando en el claro del bosque. Había ocasiones en las que Jack caía al suelo mortalmente exhausto tras una sesión de entrenamiento especialmente dura, pese a lo cual sacaba fuerzas para volver a levantarse y continuar practicando. ¡Y Tarken no podía olvidar que tan solo era un niño de poco más de diez años!
Así transcurrieron varios años más, en los que Jack creció y se hizo muy diestro con la espada. Había ocasiones incluso en las que desarmaba a su tío, y pronto Tarken comenzó a caer en la cuenta de que poco más podía aprender de él. Durante ese tiempo la musculatura de su sobrino se hacía cada vez más resistente.
Algo que intrigaba a Jack y de lo que no se había olvidado era el asunto de sus padres. Desde que tenía memoria Jack recordaba que su tío siempre le había dicho que murieron en un accidente de caza, el mismo en el que el propio Tarken había perdido su ojo derecho y se había hecho esa tremenda cicatriz que le cruzaba el rostro. Según su versión sus padres eran unos honrados jornaleros de una zona al norte de Kirandia, con algunas tierras en su posesión. Un día habían decidido salir de caza con tan mala fortuna que se habían desviado de las rutas trazadas y habían ido a parar a una madriguera de osos, que los sorprendieron. Sus padres resultaron muertos y el propio Tarken sufrió graves heridas que casi le habían producido la muerte. Después de eso había decidido abandonar aquellas tierras que él consideraba malditas e instalarse en un tranquilo pueblo como Vadoverde, casi alejado del mundo y donde podría criar al joven Jack en paz.
- ¿Y mis padres tenían algo que ver con el hierro como tú y Caleb? -terminaba siempre preguntando Jack.
El semblante de Tarken se ponía serio al llegar a ese punto.
- Así es, pequeño. Y estoy seguro de que se sentirían orgullosos de ti si te vieran hoy.
No decía nada más, pese a que Jack seguía insistiendo en que continuara contando, pero éste se excusaba diciendo que ya había hablado demasiado y que se encontraba cansado.
Jack no le presionaba demasiado porque confiaba totalmente en su tío y sabía que sus buenas razones tendría para no revelarle más cosas. En el fondo también temía la verdad, y que pudiera contarle algo que no le gustara oír sobre sus padres.
Continuaron transcurriendo días, meses y hasta años en el tranquilo pueblo de Vadoverde. Al cabo de un tiempo, Jack observó que a veces un jinete acudía en las noches más cerradas a la aldea y se reunía furtivamente con su tío sin que nadie los viera. Al menos eso pensaban ellos porque el chico se deslizaba fuera de su habitación y acertaba a escuchar algo de lo que decían. Frases como “Hermandad del Hierro” tenían algún significado para él pero “La Academia” era un título que no conocía.
Un día, cuando tenía trece años, Tarken y él se dieron cita como casi todas las mañanas en el claro del bosque. En esta ocasión su tío no sacó las dos espadas de madera, sino que desenvainó a Colmillo (hábilmente oculta bajo los pliegues de su capa), y se la tendió por la empuñadura a un aturdido Jack.
- Es hora de que empieces a familiarizarte con el manejo de una espada de verdad. Creo que ya sabes lo suficiente como para poder usarla sin que te lastimes, o al menos causarte un daño serio -le confió su tío con una sonrisa orgullosa.
Con manos temblorosas Jack cogió la espada hecha de auténtico hierro. Enseguida comprobó que pesaba más que su arma de madera, pero también que su equilibrio era mayor. Con ella tuvo una primera sensación de seguridad, pues no debía temer a los Hijos del Sol, pero al mismo tiempo se sintió transgrediendo la ley. Tarken contempló pacientemente el mar de dudas que le acuciaba, dándole su tiempo para que asimilara todo ello.
- A partir de hoy te entrenarás solo, pues ésta es la única espada de hierro que tenemos y sería peligroso que practicásemos con otra espada de madera, no aguantaría las embestidas de Colmillo -Tarken vio la cara de tristeza que se pintaba en el semblante de su sobrino y sonrió tranquilizadoramente-. No te preocupes, Jack. Ya sabes todo lo que te podía enseñar sobre el manejo de una espada. Debes empezar a valerte por ti mismo.
Así lo hizo Jack desde aquel día. Todas las mañanas se escabullía hasta el claro del bosque, vestido con una capa para cubrir la espada, y practicaba movimientos y pasos que su tío le había enseñado. Pronto se acostumbró al peso de aquella espada de hierro aumentando su agilidad y su técnica con ella. Le contaba sus progresos a Tarken, pero a nadie más, y eso para Jack era una tortura. Estaba deseando demostrar sus habilidades a los chicos de su edad, los mismos que a veces le ridiculizaban y se burlaban de él llamándole lobo solitario. A Jack le dolían esos insultos porque sabía que había algo de verdad en ellos y nada hacía más daño que el que a uno le recordaran lo solo que se encontraba.
Un día no aguantó más. Como estaba entrenándose desde los siete años era más fuerte que la mayoría de los demás y sobre todo mucho más ágil en la lucha. Olvidándose de la prudencia, respondió a los insultos de un par de chicos mayores que no dejaban de acosarle. No le hacía falta usar la espada para darles una lección. Tumbó a uno de un puñetazo antes de que se diera cuenta de lo que le venía encima. El otro reaccionó rápido y contestó de igual manera, cosa que no sorprendió a Jack en absoluto, acostumbrado como estaba a esquivar golpes mucho más veloces de su tío. Se echó a un lado con facilidad y le propinó un golpe en el estómago al segundo chico que le dejó resollando de dolor.
Fue en ese momento cuando Jack cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo, y corrió hacia su casa encerrándose en su cuarto. Aquella misma tarde acudieron a su casa los padres de los chicos a los que había golpeado. Conducidos por el alcalde que gustaba de estar en todos los problemas, en particular cuando no era él el causante, le soltaron a su tío un sermón sobre cómo debía castigar al matón de su hijo, que había dejado a sus niños con una nariz rota y un dolor de estómago considerables. Tenía gracia que a él le llamasen matón, sobre todo viniendo de parte de los padres de los dos niños más bravucones de Vadoverde.
Pese a ello su tío se disculpó una y otra vez, prometiendo que su sobrino sería seriamente llamado al orden. Aquellas palabras parecieron calmar los ánimos en parte, y los padres y el alcalde se marcharon más o menos satisfechos.
Nada más irse Tarken le llamó preguntándole su versión de los hechos. Jack le contó la verdad, esperando que su tío le diese la razón y se quejase por lo injustamente que lo habían tratado. Lejos de ello, su tío frunció el entrecejo y adoptó un gesto como si se sintiera decepcionado.
- Mira, Jack -dijo-, los que nos dedicamos a esto adoptamos un compromiso. Precisamente porque somos más fuertes que los demás nos juramos utilizar nuestras habilidades para defender a los que son más débiles que nosotros, a aquellos que no pueden defenderse.
-Pero tío, yo no… -intentó defenderse pero Tarken no admitía discusión sobre este asunto y le cortó rápidamente con un gesto de la mano.
- No discutiré sobre este tema, Jack. Llegará el día en que te encontrarás entre gente como nosotros y podrás mostrar sin miedo tus habilidades, pero hasta que llegue ese día no quiero más alardes de tu fuerza en público por el momento, ¿queda claro?
No, no quedaba claro para Jack, quien además no sabía a qué se refería cuando hablaba de estar entre gente como nosotros, pero no tenía más remedio que acatar todo lo que le dijo su tío. Nunca volvió a encararse con ningún otro niño del pueblo, aunque también hay que decir que la historia circuló rápidamente por Vadoverde y nadie más volvió a molestarle. No todo fueron ventajas, pues se ganó fama de peligroso, lo que contribuyó a que se acercaran a él aún menos que antes.
A Jack eso ya no le importaba, pues había comprendido que no encontraría allí amigos de verdad sino cuando, como le había revelado Tarken, estuviese entre gente que fuera como él. Pero hasta que ese día llegase tendría que continuar sufriendo su soledad en silencio.
Mientras tanto el mundo seguía su curso ajeno a sus preocupaciones. Aunque Vadoverde era una aldea alejada de la mano de Dios, como solía decir su tío, llegaban algunas noticias del exterior, traídas normalmente por buhoneros o mercaderes que pasaban por allí a comerciar de vez en cuando.
Las noticias no resultaban buenas: se hablaba de movimientos de tropas en el norte, donde se habían visto trasgos, criaturas de la noche de las que afortunadamente quedaban muy pocas, y con ellos iban algunos lobos. Era suficiente, y el rey Alric de Kirandia había mandado varios destacamentos a la frontera para vigilar que nada malo ocurriese.
Jack quedó relativamente impresionado por las palabras de los mercaderes aquel día, y se apresuró a comentarlas con su tío cuando se reunieron en torno a la mesa de la cocina para cenar.
- No debes preocuparte por el momento, pequeño -le tranquilizó su tío, al tiempo que le servía un cuenco de sopa-. Aunque son noticias inquietantes, el rey Alric sabe cómo manejar este tipo de asuntos. Los trasgos siempre son peligrosos ya que a ellos no les importa manejar espadas de hierro. El Supremo Reino no puede ejercer influencia sobre ellos, aunque es cierto que los Caballeros de Kirandia saben como defenderse. No hay nada que temer.
Aquello calmó a Jack bastante, hasta que esa misma noche se despertó al amanecer escuchando una tensa conversación en la sala. Se acercó sigilosamente y por el hueco de la cerradura pudo divisar a su tío hablando con un misterioso jinete que acudía allí en algunas ocasiones. Ambos estaban hablando precisamente de ese tema cuando les sorprendió.
- Parece que Lord Variol está comenzando a moverse antes de lo que esperábamos. Por el momento Alric está al tanto de todo lo que podemos comunicarles, pero debe andar con cautela pues los Hijos del Sol vigilan de cerca -contaba el recién llegado. Se hallaba de espaldas a Jack de modo que no podía distinguirle la cara-. Ha mandado algunas tropas a la Torre del Crepúsculo. Creemos que con eso conseguirá disuadir a Lord Variol de emprender un ataque, al menos de momento.
- Esperemos que así sea. Sin embargo algo me dice que el momento de la batalla aún no ha llegado -contestó su tío, a quien distinguía perfectamente, serio y con el rictus contraído-. Jack aún no tiene edad para ir a la Academia, y hasta que ese día llegue lo que nos depare el destino esperará a contar con su participación.
- ¡Qué Orión nos guarde, Tarken! ¿Qué puede querer Lord Variol de Jack?
Su tío no añadió más y Jack, temeroso de que le sorprendieran husmeando y todavía impactado por las palabras de su tío regresó a la cama.
¿Qué era La Academia y por qué tenía que ir allí algún día? ¿Quién era ese Lord Variol del que con tanto temor hablaban? De momento se tragó sus preguntas y siguió con su vida normal, esperando que el curso natural de las cosas terminara por darle las respuestas oportunas. No sospechaba lo cerca que estaba de conseguirlo.
De momento no sacó el tema a su tío continuando con sus entrenamientos de forma normal. En lo único en que manifestaba su estado de nervios era en la forma en la que intentaba oír todas las noticias que llegaban del exterior. Así, uno de los mercaderes que llegaban de vez en cuando a vender especias a Vadoverde comunicó que el Supremo Reino de Angirad había roto relaciones con Kirandia, acusándole de proteger y dar cobijo a traficantes de hierro. Cuando Jack le contó todo a su tío, observó atentamente su reacción ante la noticia, esperando que diese un paso en falso y revelase algo de lo que no quería contar. Pero Tarken se quedó con el semblante serio y cariacontecido.
- Malas noticias me traes, Jack -dijo mientras sacudía la cabeza como intentando despertar de un mal sueño-. Los antiguos Caballeros de Kirandia siempre han sido nuestros aliados. Puede que el Supremo Reino no se atreva a una guerra abierta contra ellos, pero hay otras formas de hundir a un pueblo, y Angirad tiene el poder y los medios para conseguirlo.
- ¿Qué quieres decir, tío? -inquirió Jack, que sentía que Tarken hablaba para sí mismo, sin acordarse de que su sobrino ignoraba la mayoría de las cosas.
- Ya te enterarás a su debido tiempo -contestó evasivamente Tarken-. Tienes ya quince años, te queda poco para saberlo.
Su tío se limitó a sonreír ante su expresión desconcertada al tiempo que contemplaba con orgullo a su joven sobrino.
- Ya te queda poco -se limitó a repetir y no añadió más.
El sol estaba ya alto en el cielo cuando Jack salió del claro del bosque días después. Incluso ese día que cumplía dieciséis años había decidido no faltar a sus tareas diarias con la espada, aunque notaba que no progresaba como antes. Había llegado a un punto en el que practicar solo no le resultaba provechoso. Conocía lo suficiente sobre el manejo de la espada con las clases de su tío y el entrenamiento posterior al que había seguido sometiéndose en solitario, pero necesitaba algo más. Se encontraba estancado, y lo que le hacía falta era poder batirse con un contrincante joven y con más fuerzas que las de Tarken, un hombre que iba haciéndose mayor.
Sacudiendo la cabeza con pesar, cuidó de que Colmillo estuviese bien cubierta bajo su capa y enfiló el camino hacia su casa. El sol brillaba en un cielo despejado y los aldeanos metían tanta bulla como siempre. Era un día más en su monótona y solitaria vida. Sin embargo no continuaría siendo así por mucho tiempo.
Llegando a su casa notó la primera anomalía: Había dos caballos pastando apaciblemente junto a la entrada de su casa. Jack frunció el ceño extrañado. Era posible que el jinete que a veces visitaba a su tío estuviese ahora reunido con él, pero normalmente llegaba de noche y solía ser más discreto para no tener que encontrarse con Jack.
Cuando entró en el interior se encontró con el jinete sentado junto a su tío mientras ambos disfrutaban de una tranquila conversación. Se giraron hacia él cuando le vieron llegar y esta vez el recién llegado no intentó disimular su presencia en ningún momento, sino que le saludó con gesto alegre.
- Buen día, Jack, precisamente de ti estábamos hablando -dijo su tío levantándose para recibirle-. Siéntate con nosotros. Hay cosas que queremos que escuches pero antes de nada quiero presentarte a un amigo mío. Se llama Lorac.
El así llamado, a quien tantas veces había visto Jack a escondidas le estrechó la mano con firmeza. Era un hombre de cabellos castaños y semblante afable, pero no por ello dejó Jack de notar los callos que endurecían la palma de su mano. Durezas muy semejantes a las que él mismo tenía por el continuado manejo de la espada.
- Me alegro de que nos conozcamos por fin, Jack -dijo Lorac con una sonrisa satisfecha, al advertir la musculatura de sus brazos- Tu tío habla maravillas de ti en la forma de manejar la espada.
Jack miró confuso a su tío, sin saber muy bien si debía hablar de un tema que se suponía prohibido, por mucho que el tal Lorac pareciese un amigo de confianza de Tarken, pero éste hizo un gesto tranquilizador.
- Nada de qué preocuparse, Jack. Lorac sabe tanto o más que yo sobre cómo utilizar una espada de hierro. Está con nosotros en esto y puedes confiar en él tanto como en mí.
- Es más, no soy el único que está con vosotros en esto, Jack -continuó Lorac, abandonando el gesto sonriente y adquiriendo un semblante serio-. Hay más gente como tu tío y como tú, que quieren aprender a usar el hierro, beneficiarse de sus ventajas, poder aprender a manejar la espada para defenderse como hombre libres.
Jack no sabía qué decir. ¿Por qué le estaba contando todo esto?
- ¿Y qué quiere de mí? -preguntó sin saber todavía cuáles eran las intenciones de Lorac-. He aprendido a usar la espada como quería mi tío ¿Qué otras cosas quieren que haga?
- Unirte a gente con la que podrás compartir tus conocimientos. Te ofrezco llevarte conmigo a un lugar donde los objetos hechos con hierro son algo cotidiano, donde no tendrás que temer poder manejar la espada en público -Lorac observó el brillo de interés en los ojos de Jack aprovechando ese momento para llevar al chico a su terreno-. Jack, ¿has oído hablar alguna vez de la Hermandad del Hierro?
Un recuerdo se agitó en la mente del joven. Una noche, en otra reunión entre Lorac y su tío, escuchó a escondidas las mismas palabras pronunciadas por la misma persona. Así pues, había oído hablar anteriormente de ella, pero prefirió negar ante Lorac y su tío cualquier conocimiento sobre ella.
- ¿Qué es la Hermandad del Hierro?- preguntó.
- Una sociedad secreta creada tras las Guerras de Hierro por aquellos que se negaban a abandonar su uso -contestó Lorac con firmeza. A su lado Tarken asintió con gravedad-. En ella entrenamos a jóvenes como tú en el manejo de la espada y otras armas. Es una forma de reafirmarnos en nuestro derecho de valernos del hierro para llevar una vida mejor. Además preparamos a los chicos que estarán en la primera línea de batalla cuando llegue la hora de la lucha. Serán nuestras fuerzas de élite cuando llegue el momento de defender nuestra tierra del enemigo.
- ¿El enemigo? ¿Qué enemigo? -Jack no salía de su asombro. Jamás se hubiera imaginado hasta que punto estaba su tío metido en esa organización. Mientras Lorac hablaba Tarken no hacía más que asentir en señal de conformidad-. ¿Los Hijos del Sol? ¿Son ellos nuestros enemigos?
Lorac frunció el ceño pensativamente, como si no supiese bien cómo enfocar la cuestión. Entonces intervino su tío en la conversación.
- Los Hijos del Sol nunca se han mostrado benévolos con nosotros, pero no son ellos el verdadero enemigo. Hay otras criaturas al servicio de la Oscuridad, de las que llegado el momento tendrás noticias…
- No debes preocuparte por ellas todavía, Jack -cortó rápidamente Lorac, quien parecía partidario de contarle tan solo una parte de toda esa historia-. Lo que importa ahora es que tengo una proposición que hacerte.
- ¿De qué se trata? -preguntó el chico con inquietud.
- Se trata de unirte a la Hermandad del Hierro. Ven conmigo y forma parte de nosotros.
Pese a que esperaba algo parecido se quedó mudo por la impresión. ¿Abandonar aquella vida de soledad? ¿Conocer a gente de la que no tendría que esconderse por fin? Todos aquellos pensamientos pasaron por su cabeza en esos momentos. A punto estuvo de decir que sí miró a su tío. Él era todo lo que Tarken tenía, y si lo abandonaba, le dejaría en una vida vacía y solitaria para el resto de su vida.
Tarken pareció adivinar todo lo que rondaba por su cabeza en ese instante.
- Por mí no debes preocuparte, Jack -aseguró-. Llevo toda mi vida preparándote para esto. Estás inscrito en los registros de la Hermandad del Hierro desde que naciste. Mi único objetivo cuando te traje aquí era formarte para que pudieras unirte a ellos cuando llegara el momento. Has cumplido los dieciséis años, edad a la que los chicos pasan a formar parte de le Hermandad. Hazme caso y vete con Lorac. Yo también formé parte de ella hace tiempo y fueron los mejores años de mi vida -Jack miró a su tío y vio convencimiento en lo que decía. Estaba claro que nada le ocultaba sobre este aspecto-. Pasarás malos ratos también, el entrenamiento será duro, más de lo que ha sido hasta ahora, pero hallarás una familia donde te sentirás a gusto y, lo que es más importante, en el futuro podrás contar con las armas necesarias para poder defender tu tierra.
- Pero te dejaré solo -protestó Jack, a quien no se le ocurría cómo podría irse con la conciencia tranquila sabiendo que dejaba allí a la persona que le había criado durante toda su vida. Además, pensó, estaré sólo yo también.
- Jack, esto era lo que tus padres tenían pensado para ti -el chico se puso tenso al oír hablar de ellos-. No pertenecían a la Hermandad, pero eran muy queridos en ella. Ya soy viejo y pocos años de vida me quedan por delante para que los malgastes conmigo. Aun así te prometo ir a verte alguna vez. Nada me ata a este lugar ahora que te marchas, y aunque todavía tengo algunas cosas de las que ocuparme te doy mi palabra de que sacaré tiempo para ir a verte algún día.
Jack miró a su tío una vez más. Él le devolvió la mirada con seguridad. Jack asintió con la cabeza y tomó su decisión.
-Iré con vos, Lorac -dijo el joven. Éste se limitó a esbozar una pequeña sonrisa.