#fantasía, #libros, #escritores
Lorac y Jack se despidieron de Nébula al amanecer. Después de agradecerle su hospitalidad y expresar su deseo de volverle a ver pronto, ambos compañeros se pusieron rápidamente en marcha dispuestos a hacer la última jornada de su viaje. Pese a que Lorac no quería revelar en voz alta sus temores, las palabras del silfo la noche anterior le habían preocupado. La Hermandad del Hierro debía estar preparada para hacer frente a esas nuevas fuerzas que despertaban. No quedaría tranquilo hasta que no hablase con el Gran Maestre.
Jack caminaba detrás de Lorac llevando de las riendas a su montura y sin decir palabra ante las prisas que parecía tener su compañero. Jack estaba constantemente apartando las numerosas ramas que encontraba a su paso. Se internaban cada vez más en el corazón del Gran Bosque y la maleza era más tupida. El joven empezaba a entender por qué nadie que no fuese de la Hermandad había dado nunca con la Academia. Era tal la confusión de árboles y matorrales, que Jack sabría que se perdería sin remedio si Lorac decidía abandonarle a su suerte. De hecho había momentos en los que tenía que permanecer casi pegado a él ya que el espeso follaje apenas le dejaba ver nada. Era un verdadero suplicio tener que llevar a los caballos con ellos, pues casi no podían pasar dado su volumen, pero en ese aspecto Lorac se mostró tajante en no dejarles a su albedrío.
Finalmente, y tras mucho bregar para abrirse paso, Jack casi perdió el equilibrio cuando repentinamente se acabaron los árboles y los matorrales. No había más maleza delante, tan solo una fina hierba de lo que parecía una pradera. Aturdido, levantó la cabeza y vio la Academia.
Ante ellos se abría un claro de varios cientos de metros de radio, sin que ningún árbol ni matojo rompiera la apacible armonía del lugar. En el centro se encontraba la que había sido morada de la Hermandad del Hierro desde las Guerras de Hierro.
La Academia resultaba ser una fortaleza imponente. Una recia muralla rodeaba todo su contorno, elevándose a una altura de casi veinte metros. Tan solo la gigantesca puerta con refuerzos de hierro y bronce rompía la monotonía de tantas toneladas de piedra que la formaban. Tras la muralla, podía divisar el castillo que se levantaba en el centro justo de aquel claro que parecía haber sido puesto allí por el mismísimo dios Gwaeron. A Jack, que nunca había visto una edificación más grande que una pequeña casa de pueblo, aquello le pareció un palacio de dioses, pues su mente no concebía que manos mortales pudieran haber erigido ese monumento hacía ya tanto tiempo. Confuso y sin dejar de parpadear para asegurarse de que la vista no le estaba jugando una mala pasada, miró a Lorac pidiéndole una explicación. Este se encogió de hombros, sonriendo.
- Tras las Guerras de Hierro, un antiguo miembro de la ahora extinta Orden de los Caballeros de Kirandia, llevó consigo a aquellos que se resistían a la Prohibición impuesta por el Supremo Rey Girion de suprimir el hierro, y los trajo al Gran Bosque -explicó Lorac-. Tras varios días de vagar perdidos por el bosque, Sir Ragnar, que así se llamaba, rogó a los dioses que le hiciesen llegar a un lugar donde fundar una familia de seguidores del hierro.
- Así fue como el dios Orión se convirtió a partir de aquel día en el elegido por los miembros de la Hermandad del Hierro -concluyó-. Mostró a Sir Ragnar y al resto de sus seguidores un camino a través del bosque que les llevó a este claro donde ya se levantaba esta fortaleza. Se dice que era la morada del mismísimo Orión. Desde entonces fue tomado como dios y protector del hierro.
Lorac comenzó a caminar hacia el castillo sin añadir nada más. Jack le siguió sin salir de su asombro. ¿Estaban dirigiendo sus pasos hacia la antigua morada de un dios? Se sacó esa idea de la cabeza mientras se apresuraba a seguir a su compañero.
A medida que se iban acercando a la Academia, vio que las diminutas siluetas en las almenas de la gran muralla se movían. Casi inmediatamente los imponentes portones de hierro y bronce de la fortaleza comenzaron lentamente a abrirse. Desde donde estaban el joven comprobó que se necesitaban cinco personas para mover cada uno de los portones, abiertos de par en par justo cuando llegaron hasta ellos.
Lorac y Jack se detuvieron ante un hombre ataviado con una cota de mallas y una espada que le pendía de la cintura.
- Nos alegra tu regreso, Lorac -saludó el hombre palmeándole la espalda-. El Gran Maestre comenzaba a inquietarse con tu tardanza.
- Hola, Michael. Nos demoramos en casa de Nébula -sonrió Lorac, cansado pero animado al verle-. Me alegra estar de nuevo con vosotros. Éste es Jack, un joven de Vadoverde que pronto pasará a formar parte nuestra Hermandad.
Michael, que saltaba a la vista que era un hombre recio y duro como una roca, le echó una evaluadora mirada al muchacho.
- Tienes buenos brazos, Jack -le alabó palmeando el hombro del joven-. Estoy deseando ver qué eres capaz de hacer con la espada.
- No tenemos tiempo ahora, Michael -interrumpió Lorac antes de que Jack pudiera abrir la boca-. Hemos de hablar con el Gran Maestre cuanto antes.
- Siempre con prisas -rió Michael-. En fin, ya hablaremos en otra ocasión, amigos. ¡Bienvenido, Jack, suerte con tu equipo!
Lorac y Jack se despidieron encaminándose al castillo, que permanecía con las puertas abiertas. La entrada era mucho más pequeña que la de las murallas, aunque dos soldados también armados con sendas lanzas terminadas en puntas de hierro las custodiaban.
- A Michael le gusta hablar, pero es un buen tipo -le confió Lorac mientras saludaba a los guardias de la puerta, que le reconocieron enseguida-. Encontrarás gente de toda calaña en la Academia, Jack. Desde buenas personas como Michael hasta hombres que solo buscan satisfacer su propia ambición.
- ¿Qué quiso decir con eso de suerte con mi equipo? -preguntó Jack, todavía desconcertado por las palabras de Michael.
- ¡Oh, eso! -sonrió Lorac tranquilizadoramente-. No tardarás en saberlo. Ahora iremos a ver al Gran Maestre, es el señor de la Hermandad del Hierro, Jack, y quien más poder tiene en La Academia.
Como Lorac no parecía que fuera a explicarle nada más, Jack tuvo que conformarse con seguirle, al tiempo que admiraba todo los que le rodeaba. Desde bellas armaduras decorativas (hechas al completo de hierro), pasando por trabajados tapices y hasta cuadros de enorme tamaño que adornaban las paredes del castillo.
Mientras recorrían uno de los pasillos largos y sinuosos de la Academia, Jack pudo ver a través de las terrazas que recorrían el trazado, parte del patio exterior, que no había podido divisar cuando entraron por el lado oeste de la fortaleza. Quedó boquiabierto al distinguir lo que parecía un grupo de muchachos, algunos de su edad y otros tan solo un poco mayores, todos ellos armados con espadas de hierro, y repitiendo los movimientos que un monitor les iba mostrando. Aquella escena le recordaba a las clases que impartía su tío Tarken cuando le enseñó a manejar la espada.
- Es…, increíble. Practican con espadas y lucen cotas de mallas y corazas sin miedo alguno. ¡Todo está hecho con hierro! -se maravilló el muchacho-. ¡Nunca imaginé que pudiera tener tantas utilidades!
- Aquí no tienen cabida los Hijos del Sol ni los que siguen la Prohibición -respondió Lorac sin dejar de caminar-. Somos libres de hacer lo que queramos.
Dejaron atrás a los muchachos entrenándose y llegaron finalmente a una gruesa puerta guardada por un par de soldados.
- ¿A quién debemos anunciar, señor? -preguntó uno de los guardias, aunque era obvio que le había reconocido.
- Soy Lorac, me acompaña Jack de Vadoverde y solicitamos hablar con el Gran Maestre.
Los guardias no se demoraron abriendo las puertas de par en par. Siguieron a uno de los soldados al interior de la estancia, amplia y lujosamente decorada. Una espaciosa terraza daba al patio desde donde les llegaba el sonido de las espadas entrechocando. En medio de aquel magnífico salón se encontraba el hombre que mayor poder ejercía sobre la Hermandad del Hierro.
Derek era un hombre ya adulto y experimentado en mil batallas. Prueba de ello eran las numerosas cicatrices que lucía su cuerpo. Había comenzado como todos, siendo un estudiante más dentro de la Hermandad del Hierro, pero con tesón fue subiendo peldaños y ganándose la confianza del Gran Maestre anterior, hasta el punto de que cuando éste se retiró del cargo le cedió su mando al propio Derek. Éste había asumido la responsabilidad hacía ya casi dieciséis años con firmeza y sin permitir que nada ni nadie le arredrase a la hora de tomar decisiones.
Después de ser anunciados Derek miró a Jack con una sonrisa. La última vez que lo había visto no era más que un bebé en sus brazos.
- Bienvenido seas, Lorac -saludó el Gran Maestre, a lo que éste contestó con una inclinación de cabeza-. Y también le doy la bienvenida a nuestro nuevo estudiante, Jack de Vadoverde -el joven se apresuró a imitar a Lorac-, sangre nueva para nuestra Hermandad. Corren tiempos difíciles y aún son peores los que están por venir. Un par de manos fuertes capaces de manejar bien una espada son bien recibidos.
- Os damos las gracias, señor -respondió Lorac con solemnidad-. El chico no sabe nada de cómo funciona la Academia.
- Así que no sabes nada de qué debes hacer a partir de ahora, ¿no? -inquirió Derek, dirigiéndose hacia el muchacho, que no dejaba de mirarle con temor y algo confuso.
El joven dio un respingo cuando se dio cuenta de que le estaban hablando a él.
- A decir verdad no sé nada, señor -contestó con voz trémula-. Mi tío Tarken no me explicó el funcionamiento interno de la Academia, tan solo se dedicó a enseñarme cómo manejar la espada.
- ¿Tarken te enseñó a usar la espada, dices? Eres afortunado Jack, y estoy seguro de que no tardarás en destacar entre los demás alumnos pese a ser de los más jóvenes -le confió Derek, sopesándolo con la mirada-. La mayoría de los estudiantes no ha tocado una espada en su vida cuando entran aquí, ya que eran residentes en grandes ciudades, sitios mucho más controlados por los Hijos de Sol.
- ¿Conocía a mi tío? -preguntó Jack respetuosamente.
- Desde luego que sí. El gran Tarken dejó huella en la Hermandad por mucho tiempo. Un gran hombre y un excelente guerrero. Si todos fueran como él no me cabe la menor duda de que los Hijos del Sol serían los que tendrían que esconderse de nosotros y no al revés como ocurre actualmente.
El concepto que Jack tenía de su tío subió más enteros si ello era posible. Daba la impresión de que no había sido uno más en la historia de la Hermandad del Hierro.
- Bien, señor -interrumpió en esos momentos Lorac-. Creo que ha llegado la hora de explicarle algunas cosas a Jack. Quiero que sepa qué le espera a partir de ahora en la Academia.
-Bien dicho, Lorac -asintió conforme el Gran Maestre-. De acuerdo, chico, te diré cómo funcionamos aquí.
Comenzó a pasear por la estancia y dirigiéndose a la terraza, al tiempo que les hacía una seña para que le siguieran. Jack pudo disfrutar de una amplia panorámica del Gran Bosque. Unos gritos llamaron su atención, y al bajar la vista distinguió al mismo grupo de jóvenes entrenándose con la espada.
- A cada estudiante como tú se le asigna un equipo, Jack. A partir de ese momento tu equipo se convertirá en tu casa, y sus miembros en tu familia. Con ellos convivirás todos los días, y aprenderás a usar la espada, luchar para sobrevivir el día que te enfrentes a una batalla de verdad.
Jack asintió con la cabeza, entendiendo a qué se refería Michael cuando le deseó suerte antes. Así pues, le iban a asignar a un equipo.
- Existen diez equipos, Jack -tomó el relevo Lorac en la explicación-. A cada estudiante nuevo se le asigna uno. Como bien ha dicho el Gran Maestre, los miembros de ese equipo se convertirán en tu familia a partir de hoy, con ellos entrenarás todos los días. Tengo que decirte que durante el año los diez equipos compiten en una especie de torneo. De esa forma alentamos el afán de superación entre los estudiantes e igualmente les estimulamos a que mejoren.
- ¿Qué clase de torneo? -preguntó Jack con el ceño fruncido. Había venido a ese lugar a aprender, no a competir.
- Ya te lo explicarán tus nuevos compañeros cuando les conozcas -quitó importancia el Gran Maestre-. Poco más podemos decirte por ahora ya que cada equipo tiene sus propias normas internas. Por el momento te asignaremos al equipo de los Tejones -continuó Derek con tono despreocupado.
Jack asintió con inseguridad, más aún cuando Lorac puso mala cara aunque no añadió nada a lo dicho por el Gran Maestre.
- Bien, Jack -agregó Derek-. Ve ahora al guardia de la puerta y dile que te lleve al cuartel general de tu nuevo equipo.
Con gesto dubitativo, se limitó a asentir con la cabeza, y se dio la vuelta en dirección a la puerta. Lorac le dio una palmada en el hombro para reconfortarlo y desearle buena suerte pero tampoco dijo nada más. El joven suspiró con resignación y abandonó la sala.
Lorac contempló cómo se iba con preocupación, y tras cerrarse la puerta se volvió hacia el Gran Maestre con frialdad.
- ¿Los Tejones? -inquirió con evidente desaprobación en la voz-. Van los últimos en la competición y no hacen más que tener problemas entre ellos. Sabes que no es un buen equipo para que comience un recién llegado.
- Quiero ponerle a prueba -contestó Derek sin amilanarse por el enfado del otro-. Si de ese chico depende realmente el futuro de la Hermandad debe poder sobreponerse a esto.
Derek podía ser extravagante en algunas decisiones, pensó Lorac, pero no dudaba de su inteligencia. Si llevaba casi dieciséis años siendo la mayor autoridad de la Hermandad no era por casualidad. Y quién sabe, lo cierto es que todos esperaban mucho de aquel chico, a lo mejor era hora de ir viendo de qué pasta estaba hecho. “Malos tiempos corren si dependemos de esa manera de un muchacho de dieciséis años”, pensó con resignación.
- ¿Fuiste a casa de Nébula tal como te dije, Lorac? -preguntó el Gran Maestre, sacándole de sus pensamientos. Se sobresaltó, con todo aquello casi olvidaba darle lo que le había entregado el silfo.
- Sí, señor -contestó Lorac, descubriendo la caja que le entregara el Guardián del Bosque-. Me dijo que os diera esto, aunque ignoro cuál es su contenido.
El Gran Maestre se limitó a abrir la caja, que se abrió fácilmente. Lorac contempló con respetuoso silencio el objeto que sacó Derek del interior.
- Realmente ha llegado la hora de que la Hermandad se dé a conocer al mundo -susurró el Gran Maestre con voz tensa.
Entre sus manos sostenía un cuerno de oro puro, bellamente tallado con numerosas grabaciones, entre las que se podía leer una frase escrita en una lengua ya antigua y desparecida, que Derek tradujo enseguida:
- Que la Orden de Caballeros vuelva a ser lo que era.
- El Cuerno de Telmos -murmuró Lorac, y se podía advertir un tono reverente en su voz.
- El Cuerno de Telmos –ratificó con semblante serio Derek-. Debe ser llevado a Kirandia, por supuesto, pero no ahora. Cuando llegue el momento mandaremos a alguien allí.
- ¿Cuándo llegue el momento? ¿Cuándo será eso, señor? –Lorac estaba inquieto-. El cuerno se me entregó con una advertencia: según Nébula el propio Gwaeron advertía que hay un poder maligno despertándose en Mitgard -Lorac comenzó a dar furiosos paseos por la estancia, y a hablar como si hubiera olvidado que estaba en presencia del superior de su hermandad-. Hablé con Tarken antes de llevarme al chico y no hizo sino acrecentar mis temores. Según él, sus informadores en Kirandia estaban asustados, se está advirtiendo un inusual aumento de partidas de trasgos, y con ellos se han visto bandas de lobos. Ya nadie se atreve a adentrarse en las tierras situadas más al norte de la Torre del Crepúsculo. La situación es tan inquietante que el rey Alric se ha visto obligado a abandonar su habitual discreción con los traficantes de armas de hierro y darles carta blanca para aprovisionar de espadas a sus antiguos Caballeros. Lo peor de todo es que ese movimiento ha alertado a los Hijos del Sol, que bajo el beneplácito del Supremo Reino de Angirad han declarado proscrito el reino de Kirandia. ¡Suerte tendremos si no estalla un conflicto entre esos dos reinos!
El Gran Maestre asentió seriamente al oír sus palabras.
- Has hablado con sabiduría, amigo mío -dijo Derek-. También albergo esos temores, pero algo me dice que aún no es el momento, y que debemos esperar sobre todo a que el muchacho esté más preparado. Veamos cómo se desenvuelve con sus nuevos compañeros durante estos meses y luego decidiremos.
- ¿Vas a contarle todo? -se sorprendió Lorac-. Aún no está listo. ¡Ese conocimiento podría provocarle confusión y temor!
- Por ahora esperaremos. Confía en mí.
Tras decir esto Derek le despidió con un gesto de la mano, indicándole que quería estar solo. Lorac inclinó la cabeza y salió de la habitación. Durante un momento el Gran Maestre se quedó mirando la puerta, suspiró con cansancio y dijo en voz alta, pese a que se encontraba solo:
- Y bien, amigo mío, ¿qué opinas de todo esto?
Una sombra que había estado semioculta, salió de detrás de las cortinas y se acercó al Gran Maestre. Era un hombre robusto y con unos ojos azules fríos como témpanos, un semblante que parecía tallado en granito.
- Creo que tenéis razón, señor -dijo el hombretón-. Es mejor esperar acontecimientos, antes de precipitarse.
- ¿Qué te ha parecido el chico?
- Prefiero observarle más de cerca, ver cómo reacciona antes esta nueva situación, y luego veremos si nos sirve. Ahora sólo está inquieto -respondió llanamente, sin parpadear.
Derek asintió con la cabeza, de acuerdo con las conclusiones de su compañero.
- Valian, vigílale de cerca. Si ese chico es de verdad nuestra única esperanza necesito que no lo pierdas de vista ni un segundo.
El así llamado Valian no contestó esta vez. En su cabeza ya hacía planes para vigilar al muchacho sin que él se diera cuenta.
A Jack le condujeron por multitud de pasillos y corredores, algunos salpicados con numerosas terrazas que daban al patio, otros más cerrados y alumbrados con antorchas. Durante el camino se cruzó con varios estudiantes, todos ellos armados con espadas de hierro de verdad. Ninguno se dignó girar la cabeza ni siquiera para mandarle un saludo y el joven comenzó a intranquilizarse a medida que iba pasando el tiempo. Tras unas cuantas vueltas más por el inmenso castillo, el guardián dejó a Jack frente a unas puertas donde podía verse un pequeño escudo con un tejón grabado. El guardia le dijo que aquel era el cuartel general de Los Tejones y se fue sin añadir ningún comentario más.
Jack resopló con fuerza antes de animarse a llamar a la puerta. No tardó en abrirse y un joven poco mayor que él asomó las cabeza por el resquicio.
- ¿Sí? ¿Tenéis algún mensaje para Garik? -preguntó. Al menos su voz era amable.
- Eh…, en realidad soy nuevo -contestó Jack, sin saber muy bien qué debía hacer-. Me dijeron que me presentara al equipo de Los Tejones.
- ¡Ah, vaya! No creo que a Garik le haga mucha gracia, pero entra de todos modos -le invitó el joven.
Nada más pasar lo primero que vio era una enorme sala, una especie de gimnasio tapizado con colchonetas y donde un fino tapete cubría el suelo para evitar lesiones. Un gran número de chicos y chicas más o menos de su edad, aunque en general un poco mayores, se batían en duelos particulares o ensayaban movimientos con espadas de prácticas, muy semejantes a las que él usó durante un tiempo con su tío Tarken para no hacerse daño. Todos entrenaban bajo la supervisión de un joven unos tres años mayor que el propio Jack, que les gritaba continuamente y les corregía los movimientos fallidos con severidad. Jack no sabía a ciencia cierta cuántos eran, pero en un primer vistazo calculó que allí había ampliamente más de cien jóvenes entrenando.
Los estudiantes fueron dejando poco a poco las armas de prácticas al darse cuenta de que había un recién llegado y finalmente todos los allí reunidos se quedaron observando a Jack. Deseaba que la tierra se lo tragara. El chico mayor que estaba dirigiendo los entrenamientos frunció el entrecejo al ver a Jack parado.
- ¿Quién es este botarate, Eric? -preguntó con hostilidad, furioso de que el entrenamiento se hubiera interrumpido.
El muchacho que le había abierto la puerta, se apresuró a contestar:
- Es uno nuevo, Garik -contestó Eric, pues Jack se veía incapaz de contestar.
- ¿Cómo? ¡Otro mocoso más! –exclamó irritado Garik, acercándose a ellos a grandes pasos-. ¿Es que el Gran Maestre no sabe que no quiero que llene más mi equipo de inútiles?
Se había dirigido a Jack como si esperase una respuesta, pero éste se limitó a encogerse de hombros.
- ¡Bah! -gruñó Garik haciendo un gesto de desprecio- ¿Cómo te llamas? Tendrás nombre al menos.
-Me…, me llamo Jack -tomó aliento y dijo con más firmeza-. Soy Jack de Vadoverde, me han dicho que a partir de hoy entraré a formar parte del equipo de Los Tejones.
- No si está en mi mano evitarlo -respondió con una mueca Garik-. Escucha bien lo que te digo. Si lo ha dictado el Gran Maestre, a partir de este momento eres uno de los Tejones. Seré tu capitán y la persona a la que obedecerás absolutamente en todo. Si yo digo que saltes, saltas, y si te digo que te tires por un precipicio, lo harás, ¿entendido? Puedes llamarme Garik. ¡Tú! -agregó dirigiéndose a Eric, que había permanecido todo el rato al lado de Jack-. Enséñale dónde dormirá y cómo nos organizamos aquí. ¡Y los demás seguid entrenando, hatajo de patanes!
Se giró sin dedicarle ni una mirada más al tiempo que los demás muchachos continuaban con sus prácticas. Jack se quedó de una pieza, sin saber qué hacer, cuando sintió que alguien le tocaba suavemente el hombro.
- Acompáñame, Jack -dijo Eric-. Tengo que enseñarte algunas cosas. Lo primero, el lugar donde dormirás.
Deseando salir de allí, asintió con rapidez y se apresuró a seguir a Eric fuera de la sala de entrenamientos. A su espalda quedaron los sonidos que hacían los muchachos que seguían practicando con la espada como si nada anormal hubiera ocurrido.
- No debes preocuparte –dijo el joven-, Garik es así con todos los recién llegados, no le gusta que venga más gente inexperta a los Tejones, de eso hay aquí de sobra. Haz lo que te dice sin rechistar y seguramente te dejará en paz.
Eric era un muchacho muy parecido a él, probablemente tan solo unos meses mayor, de cabellos oscuros y con una musculatura no tan desarrollada como la suya, aunque también parecía de constitución recia.
- Garik es el capitán del equipo de los Tejones -explicó Eric-. Yo soy Eric, príncipe de Kirandia. También llegué hace poco aquí, tan solo hace cinco meses.
- ¿Un príncipe? –no pudo por menos de preguntar, intrigado.
- Así es -sonrió Eric-, el hijo menor del rey Alric de Kirandia. Sé que puede sorprender mi rango pero aquí, en la Academia, soy uno más. Mi padre nos envió a mi hermano y a mí, aunque la versión oficial es que fuimos a estudiar unos años fuera con los bárbaros de la Llanura, de esa forma nos encubre.
Jack no sabía que decir. Ante él estaba un príncipe de sangre real. Él, que nunca había visto a nadie más importante que un campesino o que un simple mercader, estaba ahora mismo en presencia de un hijo de reyes. Su rostro debió mostrar su perplejidad.
- Tranquilo, Jack –rió su acompañante-, pronto aprenderás a desenvolverte bien aquí. Si eres de los que sabe acatar órdenes sin preguntar y manejas la espada con cierta soltura no debes tener problemas para continuar en el equipo de los Tejones. Ahora acompáñame a tu nuevo dormitorio.
Jack siguió a su nuevo compañero dócilmente por un pasillo hasta llegar a otra sala de grandes dimensiones. La diferencia con la anterior era que ésta estaba repleta de camas.
- Dormirás aquí -dijo Eric eligiendo una cama de las que estaban libres-. Ahora debes saber algunas cosas. Como acabas de comprobar, Garik es el capitán de nuestro equipo, así que más vale que le obedezcas en todo, porque además es de los que no soporta que se discuta su autoridad. Nuestro horario es muy simple. Al amanecer entrenamos en el gimnasio, salvo cuando nos toca competir en el torneo, pero de momento eso no tendrá que preocuparte. A mediodía bajamos al comedor común donde almorzamos con el resto de equipos, y por la tarde solemos dar clases con Lorac, el Maestro de Armas de la Academia que nos adiestra -concluyó Eric.
Jack asintió con aire ausente. Aún no había digerido del todo bien su entrada en la Academia. Había pensado que existiría un ambiente más cordial y amigable entre los estudiantes, pero se equivocaba. Allí la gente no era como su tío, amable y paciente a la hora de darle lecciones, sino que el ambiente era mucho más competitivo.
- Gracias por todo, Eric -agradeció Jack. ¡Un príncipe! ¿En qué locura se estaba metiendo?-. Me las arreglaré, en serio. Aunque me gustaría que me explicaras algo más en qué consiste ese torneo del que todos habláis.
- No te preocupes, mañana antes de que comiencen los entrenamientos competirán algunos equipos en el torneo. Te los enseñaré y comprenderás de qué va todo esto -le quitó importancia Eric, que se quedó mirándole pensativamente-. Yo practiqué con la espada algunas veces antes de venir aquí. Mi padre nos dio algunas lecciones a mi hermano y a mí. Lo hacíamos a escondidas, pero teníamos un cuarto secreto en palacio donde nos solía llevar para enseñarnos a manejar la espada -clavó la vista en Jack-. ¿Y tú, Jack? ¿Has practicado con la espada alguna vez?
- Sé algo, sí -admitió Jack, prudentemente-, pero nada del otro mundo. Tengo mucho que aprender aquí.
- No tardarás en aprenderlo, tenlo por seguro -le animó su nuevo compañero-. Los Tejones no van bien en el torneo, muchos de los estudiantes son muy malos espadachines en nuestro equipo. Si eres bueno con la espada seguro que consigues un puesto en el equipo que compite.
Mostró su acuerdo con un cabeceo. Muchas eran las cosas que le quedaban por aprender en este sitio, por lo que parecía, pero estaba dispuesto a hacer los sacrificios que fueran necesarios para conseguir alcanzar el reconocimiento del que gozaba su tío.
- Muy bien, Eric, gracias por todo de nuevo -dijo Jack-. Espero que seamos amigos.
Su compañero sonrió ampliamente.
- Seguro de que sí -contestó.
No se dijeron más. Por lo que a Jack concernía ya había tenido suficientes emociones fuertes durante ese día. Lo único que quería ahora era aclarar sus ideas. Sus días como estudiante de la Academia acababan de comenzar, y mucho se temía que no iba a ser un camino de rosas.
Pese a lo cansado que se encontraba aquella noche no durmió bien. Continuamente se revolvía en la cama inquieto, contemplando el sombrío techo mientras a su alrededor todos dormían. No había tenido un buen día. Era cierto que había conocido una nueva forma de vida, e incluso hecho un nuevo amigo. Por el momento era el único ya que en la Academia todos parecían ir a su aire. En una vida marcada por su soledad se acababa de dar cuenta de algo en lo que fallaba estrepitosamente. No se trataba del manejo de la espada, pues Jack había estado echando un vistazo a sus nuevos compañeros y la mayoría estaban a años luz de su pericia. No, no tenía nada que ver con eso. Era en el trato con sus iguales en lo que carecía de experiencia.
Toda su vida había sido un chico raro en Vadoverde y no había conseguido hacer amigos. Se había volcado en aprender a manejar bien la espada, pues ese era el único consuelo que le quedaba, pero no era eso lo que le hacía feliz. Habría necesitado amigos a su lado y el no tenerlos le había forjado un carácter huraño y retraído. Ya se había dado cuenta al ver a los otros estudiantes. Hacían bromas entre ellos y conversaban distendidamente, cosa que Jack no se veía capaz de hacer por ahora. Carecía del arrojo suficiente para integrarse en el grupo. Había tenido la fortuna de que Eric era un muchacho abierto que enseguida le había ofrecido su amistad, pero de momento era el único que lo había hecho, pues ninguno más se había acercado a él para saludarle ni darle la bienvenida, y él no se veía capaz de hacerlo.
“Hay que tener paciencia”, susurró intentando darse ánimos, “es mi primer día en la Academia, no puedo esperar llegar y ser ya uno más enseguida. Las cosas pueden cambiar, yo puedo cambiar, y haré todo lo posible para ser como todos los demás”.
Cerca de su cama Eric murmuró en sueños y Jack se calló enseguida. Buena imagen daría si su amigo le veía hablando solo la primera noche que ingresaba en el equipo de los Tejones. Enlazando las manos detrás de la cabeza permaneció contemplando el techo en medio del silencio de la noche.
Comenzó como un ligero ruido apenas perceptible, pero en pocos segundos se convirtió en una auténtica molestia, como una especie de zumbido dentro de su cabeza. Se levantó de la cama sin saber qué pasaba, hasta que se dio cuenta de que alguien le estaba llamando pero de un modo peculiar, como si sonara dentro de su cabeza. Era la primera vez que le ocurría algo así, y miró en derredor suya sin saber quién le estaba hablando.
Donde él estaba tan solo había estudiantes durmiendo y Jack supo casi al instante que ninguno de ellos era el que lo estaba llamando. No, la misteriosa voz provenía del exterior, pese a que sonaba dentro de su cabeza.
Con cautela, Jack dio varios pasos titubeantes hacia la terraza que daba al lado oeste del castillo. El frío de la noche le golpeó sin piedad cuando salió fuera y apoyó sus manos en la balconada para poder ver mejor. Entonces la vio.
Más allá de los muros de la Academia, justo al pie del claro del bosque donde estaba emplazada la fortaleza, se encontraba una mujer como Jack no había visto otra en su vida. Con unos fantasmagóricos ropajes azules, parecía casi traslúcida, como si estuviera allí solo en parte. Jack no podía apartar los ojos de ella, y con sorpresa vio que ella también lo miraba llamándole por su nombre. La misteriosa mujer alzó una mano y lo saludó desde donde estaba. Jack se quedó de piedra, frotándose los ojos para averiguar si su cansada vista le estaba jugando una mala pasada.
Así debía ser, pues cuando volvió a dirigir allí su mirada ya no había nadie en el claro del bosque. La fantasmal mujer había desaparecido.
Continuó escrutando la noche durante un rato más con la esperanza de volver a verla, pero parecía haberse disuelto con la oscuridad. Al cabo de un rato, el joven prefirió volver a la cama antes de que alguien le sorprendiese allí le preguntase qué estaba haciendo. Consiguió dormirse. El último pensamiento antes de caer en los brazos del sueño estuvo dedicado a la misteriosa figura vestida de azul.